Casi siempre es un viernes o un sábado, pero también ha sido un miércoles y hasta un lunes. Es la mentalidad del niño de 5 años que vive conmigo y que cuando hay algo “diferente” en su día lo vive y grita como el mejor. Desde comprar un juguete, ir con los abuelos, un día sin escuela, hasta un viaje de fin de semana. Es una increíble manera de ver el mundo, que a mí me recuerda lo fácil que es sentir que todo es fantástico y claro, obvio, también me deja pensando ¿Cómo le hago para que mantenga esa actitud cuando deje de ser niño?.
Intento mostrarle las cosas maravillosas, resolver sus dudas curiosas, que vea árboles y se sienta libre, que ame la naturaleza, haga ejercicio, yoga, valore a su familia, tenga amigos y los quiera mucho, sea cuidadoso y respetuoso con el planeta, es más, está orgulloso de haber sido nombrado “inspector de energía” de casa, para que nadie deje prendida una luz que no se está usando, y me tengo que aguantar las ganas de matar un bicho que me aterra, porque le estoy enseñando que hay que respetar a los seres vivos. Y no quiero que pierda eso que nos falta a los adultos, me encantaría que siga pensando que vivir es una maravilla. Yo, realmente lo creo, claro que hay dificultades y las enfrentamos, claro que a veces nos sentimos tristes, es parte de… y también nos enojamos, pero que sea constante sentir que sin importar lo que suceda está padrísima la vida y podemos disfrutarla al máximo. Lo mejor, es que hemos logrado contagiar un poco a papá de nuestra alegría y nuestro “exagerado optimismo”. Así que ahí la llevamos, pero luego el día a día, y la misma maternidad puede ser tan abrumadora que todo puede tornarse gris.
Entonces hay que recurrir a su dosis de inocencia, al mío solo hay que darle 30 segundos de cuerda para que se suelte hablando sin parar de cualquier cosa, construye historias de sus juguetes, cuenta sueños, habla de lo que hará cuando sea adulto y eso, para mi desconcierto, incluye hablar de cuando se case. Ver el mundo a través de sus ojos me ha devuelto la capacidad de sorpresa y sobre todo ha profundizado mi agradecimiento hacia la vida, Dios, el universo y todas las cosas en las que creo. A veces estoy cansada hasta arrastrar los pies y no querer ni hablar, a veces me desespero y otras me dan ganas de irme a marte a dar una vuelta, pero sus genialidades me regresan a la vida.
Y como buena madre obsesiva hay ocasiones en las que me duermo pensando en lo que debo de hacer para que siga teniendo “los mejores días de su vida”, el chiste es que uno siempre tiene temas “preocupantes” en la cabeza porque es madre. Pero ya también aprendí a programar los pensamientos y para no ejercerme tanta presión cierro el temor nocturno con algo que leí de una experta. No exigirnos tanto y recordar que las cosas sencillas o comunes funcionan.
Así que necesito poner en “OFF” mi switch obsesivo. Y tal vez todas necesitamos apagarnos un poco la exigencia. Cuando veo las fotos, las frases y los videos de mis amigas mamás en redes sociales, de la mayoría (ya saben que no generalizo), me doy cuenta que de verdad los están ayudando a tener los mejores días de sus vidas.