Muchas veces me sorprendo pensando en cómo a veces los padres nos dedicamos el tiempo entero en trabajar para darles lo mejor a nuestros hijos sin parar. No existe una mamá o un papá que no quisiéramos darles a nuestros hijos la educación en la mejor escuela, los mejores regalos en su cumpleaños y en navidad y por supuesto que el viaje soñado a Disney donde por fin sacaríamos la foto del año familiar, mostrando haber cumplido el sueño -de todo niña o todo niño- al ver en vivo a su princesa favorita o a su Buzz Lightyear en acción.
Ahorramos cada peso, cada momento y cada instante para ese día esperado… para ese momento soñado… para ese día de cumplir sus sueños. Dejamos días incompletos, por jornadas largas e interminables, para ahorrar el dinero y la energía necesaria para ello.
Sin embargo, hay veces que nos perdemos los momentos cotidianos como morder el primer elote lleno de mayonesa o verlos escribir su primera carta al ratón de los dientes con la ilusión de haber crecido y recibir a cambio de su diente, una moneda que le trajo un personaje mágico que los llena de ilusión… ¡Y qué decir de las cosas fundamentales de la vida como las juntas con los maestros o las reuniones de padres de familia para dar una mejor educación…! A veces ir a estos eventos nos cuesta un gran trabajo porque los consideramos actividades fuera de la agenda, que nos quitan tiempo para construir ese ahorro, para ese sueño.
Y pienso, ¿Qué fue primero el sueño o las bases para vivirlo? Así recordé esta historia que me llena de ternura y que hoy comparto contigo:
Un día miércoles muy temprano por la mañana, llegó una mamá a la junta escolar para la cual había tenido que cancelar miles de reuniones en su importante trabajo como abogada. Su jefe se había molestado, por lo que los reclamos laborales, los tradujo en una mala actitud en la “dichosa junta” que hubiera querido evitar. Pasó la mayor parte del tiempo viendo su celular, los mensajes de whatsapp y el reloj para irse de ahí al trabajo que sí era importante…
La maestra explicó de lo que se trataba la junta, pero esta prominente abogada no escuchó nada pues estaba llena de sus “pensamientos moscas” que no la dejaban ni respirar. Por fin escuchó el nombre de su hijo: “José Rodríguez” a lo lejos. “¿No está la mamá de Juan Rodríguez?”, dijo la maestra.
-Sí aquí estoy- respondió la madre pasando a recibir la boleta de su hijo.
Cuál sería su sorpresa cuando vio la boleta estaba llena de seises y sietes. Guardó las calificaciones inmediatamente, escondiéndola para que ninguna persona viera la porquería de calificaciones de su hijo.
De regreso a casa aumentó su coraje a la vez que pensaba: “¡si le doy todo! ¡nada le falta! ¡ahora sí le va a ir muy mal!…”.
Entró a casa con un azotón de puerta y gritó: “¡Ven acá José!”. De inmediato salió de su cuarto a abrazarla y ella con coraje le gritó, le pegó y le aventó la boleta encima con reclamos y enojo… el niño sólo se dio la vuelta para regresar llorando a su cuarto con la cara roja y su boca temblaba de dolor.
Cuando la madre se fue a acostar, ya más tranquila, volvió a mirar la boleta y en la parte superior decía:
Él le había puesto seises y sietes, cuando ella se hubiera calificado con menos de cincos. Se levantó y corrió a la recamara de su hijo, lo abrazó y lloró, quería regresar el tiempo… pero era imposible.
Sin embargo, José abrió sus ojos que aún estaban hinchados por sus lágrimas, sonrió, abrazó a su mamá y sólo dijo: “te quiero mami, ¿me perdonas?”. Cerró sus ojos y se durmió.
Ojalá no dejemos lo verdaderamente importante por esos “momentos especiales” que tal vez nunca lleguen, pues al final, cada momento es importante -porque son los momentos que construyen la relación con ellos-. Este día es el importante. Ojalá dejemos de vivir el futuro y nos dediquemos a construir con pequeñas cosas el presente, que es el que se quedará en la memoria y los recuerdos de nuestros hijos y al final… es lo único que les vamos a dejar.