Por: Orán Sánchez
Todo comenzó hace tres años cuando la ilusión más grande de toda mujer, ser mamá, se truncó para mí. Durante tres años, mi esposo y yo intentamos convertirnos en papás. Después de muchos estudios me detectaron tres quistes en la matriz, los cuales tenían que ser extirpados de lo contrario no podría convertirme en mamá.
Esperé casi mes y medio para la cirugía y cuando llegó el momento, me enteré que estaba embarazada. Todo se complicó desde el primer mes y a las nueve semanas terminó en legrado. Yo estaba devastada. Después de un año intenté de embarazarme de nuevo y no se daba. Al igual fueron muchos estudios y no había otra opción más que empezar un tratamiento ya que no ovulaba correctamente.
Después de tres intentos estaba muy decaída y decidí terminar con el tratamiento, y de sorpresa nuevamente quedé embarazada. Cuando fui con mi médico, me confirmó que estaba esperando tres bebés. Yo me sorprendí mucho, ¡estaba feliz! pero después el doctor me recomendó hacer una reducción fetal por mi tamaño y mi complexión. Sin embargo, al ver a mis tres bebés no pude hacerlo, no me atreví a deshacerme de uno de mis hijos.
Todo iba bien cuando a las 26 semanas empecé con contracciones y ahí se desató la tragedia. Yo iba muy mal, me daban medicamentos para poder detener un poco más a mis bebés pero fue imposible. A los dos días mis bebés tuvieron que nacer midiendo 29 cm y pesando menos de un kilo, y yo con riesgo de una hemorragia interna.
Gracias a Dios la cirugía salió bien, pero mis bebés tuvieron que ir a terapia intensiva (UCIN) y no los pude ver durante los tres días que estuve hospitalizada. A mi esposo lo admiro porque siempre estuvo al pie del cañón. Él iba a ver a mis bebés y cuando me dieron de alta logré pasar a visita; no me importó mi cesárea, se los juro que jamás tuve dolor. Llegó un día en que se me quiso infectar pero jamás bajé la guardia porque el ver a mis bebés tan chiquitos y conectados a tantos aparatos fue muy impactante.
Les hablaba, los tocaba, les cantaba, pero cada hora y día era una batalla muy dura. En horas mejoraban, en otras empeoraban, era muy desgarrador ver a mis hijos como luchaban por su vida. Desgraciadamente mis bebés solo vivieron cerca de 15 días, se me fue uno tras otro. Ha sido una batalla muy dura pero sé que mis bebés ya no sufren y siempre los llevaré en mi corazón, y lo principal les agradezco por elegirme como su mamá.