No importa cuánto te prepares a veces (una o varias) los berrinches nos rebasan. Hay muchísimos artículos, consejos, conferencias, talleres y creo que hasta retiros de fin de semana para saber cómo enfrentarlos y son muy útiles y lo serían más si uno viviera en estado zen todo el tiempo, pero cuando esa explosión infantil se presenta, la teoría poco puede hacer por las madres desesperadas.
¡Qué padre y qué envidia las mamás que aseguran no conocer los berrinches! pero las que sí lo saben, estarán de acuerdo que por más tips que existan, hay ocasiones en que simplemente nada funciona y te ganan, aunque después vuelvas en ti.
Los hay de diferentes tipos según las edades. Cuando son muy pequeños darles el plato sin el dibujo preferido puede ser motivo de un terremoto. Y cuando van creciendo casi siempre son los deseos no cumplidos los que les causa esa frustración que no pueden controlar. Recordemos compañeras, son procesos. Ellos están aprendiendo que no todo es como quieren, si salimos victoriosas de esta etapa, echando mano de la paciencia y la respiración, lo agradeceremos infinitamente cuando sean niños grandes, adolescentes y hasta adultos.
En la parte teórica las recomendaciones siempre son no discutir, no engancharse, ni regañar mientras está en plena pataleta. No hay manera de que en ese momento el menor se conecte con su parte “racional”, hay que esperar a que se le pase el momento más intenso. Ellos están aprendiendo a manejar sus frustraciones, a entender cómo funciona el mundo, aprenden de paciencia y tolerancia. En muchos casos su cerebro no ha madurado para procesar asuntos que se supone los adultos ya sabemos procesar muy bien. Hay varias estrategias, sólo habría que buscar la que mejor te acomode, y claro, será una tarea exitosa cuando llegue el momento en que terminen los berrinches, al menos esos que a veces te causan tantito bochorno si tienes público poco empático cerca de ti. Ese público incluye hasta a tu familia ¡claro!.
Por eso me repito en cada berrinche que esta fase también pasara, debo agradecer que es un niño tan vital, recordar que supuestamente voy a añorar esos momentos cuando vuele del nido, respiro… dos, tres, cuatro, pero a veces me derrumbo.
Y entonces, el berrinche se transformó en una guerra en casa. Con un niño preescolar que le gusta imponerse y defiende su derecho a dejar a los Avengers en la mesa del comedor hasta terminar en gritos y llanto y soltando su frase más dura: “mamá fea”. Y a veces claro que gana, y no porque los muñecos se queden en la mesa , sino porque mamá se rindió, mejor se salió del cuarto cuando se dio cuenta que empezó a gritar y se le había subido el enojo a la cara, se fue a la cocina a preparar el lunch para calmarse y hasta a echarse un par de lágrimas del coraje y remordimiento por luchar con el de cinco años, que minutos después de que te alejas grita llorando desconsolado: “Mamá por favor no estés enojada conmigo” y entonces otro respiro y pensar “Todo esto por los p… Avengers”.
Y antes de ir con él a contenerlo, porque así debe de ser, recuerdas OTRA VEZ que manteniendo tu postura, sabiendo que es importante que él haga caso, poniendo límites, estás estableciendo bases importantísimas para lo que vendrá en su vida. No importa si en el camino te quedas calva, o te salen cientos de canas. Valdrá la pena, dicen.