Siendo realistas ser mamá es todo y más de lo que se ha escrito aquí. Agotador, nuevo, sorprendente, duro, preocupante, demandante, increíble, extenuante, retador, angustiante, complicadísimo, mágico, frustrante, desconocido, abrumador, agobiante y… no lo cambio por nada. Es sin duda una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.
Suena a lugar común decir que es el trabajo peor remunerado, el menos reconocido y el más difícil de todos. Pero sí lo es. Ser mamá no está sobrevaluado y aunque el papá intente entender, no se acerca a lo que es (salvo sus excepciones). Hay días que todavía me pregunto ¿Cómo demonios lo hacemos las madres? (salvo sus excepciones).
Me parece absolutamente necesario hablar del mejor lado. De esa cosa que sientes cuando lo conoces y te cambia la vida, que se desborda y no se va nunca, amor incondicional creo que le llaman. De pasar horas en la contemplación o de cómo te parecen extraordinarios cada uno de sus “logros” cuando va creciendo. Cómo se triplican o más las risas en casa, los momentos en los que crees que no te hace falta nada más y lo acompañas a descubrir el mundo, que tú das por hecho y que para ellos es una bendita maravilla. De las interminables horas de juego en las que disfrutas escuchando como construye un mundo, un personaje, una historia, desde SU perspectiva, basado en lo que vive y siente día a día. Son ellos los que nos llevan a un viaje desconocido, lleno de retos, ya lo sabemos, pero que se convierte en un viaje que no quieres que acabe nunca.
¡Vaya qué reconectamos con la infancia cuando hay niños en nuestra vida!. ¿A poco ninguna disfruta cuando le toca subirse a la resba, hacer bucitos, ganar en carreritas, jugar a “las traes” y ver las caris?. No es sólo porque sean tus hijos, si no que en verdad los niños tocan la vida de quienes tienen cerca y si te dejas arrastrar por la corriente, se convierte en una aventura interminable.
Y llega el momento en que empieza a ser de ida y vuelta y aunque para nosotras su sonrisa es “el pago” suficiente, las primeras palabras de amor, los abrazos y cualquier muestra de cariño que tienen hacia ti no sólo son la cereza, si no el pastel mismo. Y no porque lo esperes, pero comienzan a regresarte lo que das. Y entonces sí, que el mundo se acabe si quiere, porque has experimentado lo mejor de él. Claro, que también se considera como pago cuando te dicen “Mamá te ayudo a levantar la mesa”.
Así que mundo discúlpanos por las miles de fotos que tomamos, los posts con frases cursis, los estados en Facebook llenos de toques infantiles, los gritos de emoción, las lágrimas nada más llegas al festival, o las lágrimas en general, el tema recurrente en la comida con amigos, pero el mundo se abre de una forma inimaginable y se convierte en un lugar más feliz y divertido cuando eres mamá.
Para que el viaje no termine, como les digo a mis compañeras de gremio, pasen tiempo solas con cada uno de sus hijos, tengan citas con ellos, platiquen mucho, hay que escuchar con atención su manera de ver el mundo para tratar de entenderlo desde su perspectiva, aunque nos quiera dar un infarto cuando nos dicen “tú eres lo más importante para mí, pero también mi novia es importante”.
Hace unos días mi cachorro me recordó que era mi capitán tapón (canción de Alejandro Sanz) y sí, “Disfruto de cada segundo suyo, yo quiero a muerte a mi capitán tapón”.