Dani llegó a nuestras vidas a enseñarnos muchas cosas a todos. Pero fundamentalmente y, obvio, llegó para tocar y transformar la vida de sus papás. Acaba de cumplir 3 años y es una niña encantadora, muy sonriente, latosa, retadora, pícara, a la que le encanta jugar con sus muñecas, molestar a su hermana, divertirse a costa de los demás, pegarle a la piñata y jugar mucho. ¡No para nunca!
Su mamá lo definió así unos días después de que nació: “Dejé de ver el síndrome de Down y empecé a ver a Daniela”. Así nos pasa a todos los que estamos a su alrededor: no vemos su condición, la vemos a ella, como una más de los niños de esta familia de amigos. Pero también nos damos cuenta que para el mundo no es tan sencillo. Porque no puedes generar empatía hacia una situación con la que no estas familiarizado o que desconoces.
Recuerdo que cuando llegó, su familia y amigos teníamos preguntas, dudas y sobre todo había un genuino interés por saber como “tendrían que ser las cosas”, para no actuar de forma diferente con ella o hacer sentir incómodos a sus papás. Y simplemente se ha dado de forma natural, como se va dando con cada persona que la conoce.
Hace unos días mi amiga recordaba que cuando nació y se enteró del Síndrome de Down lloró y lloró. Dice que si hubiera sabido cómo se sentiría ahora, que la goza y la conoce, no habría derramado una sola lágrima. Pero es parte del proceso, el miedo a lo desconocido, que se agudiza cuando eres mamá o papá y te enfrentas a una circunstancia completamente inesperada.
Mi hijo ve a Dani como su amiga, no hemos tenido hasta ahora que explicarle nada, porque los chiquillos la ven como a una igual. Están creciendo juntos, volviéndose entrañables y las diferencias los complementan. Tal vez con el paso del tiempo habrá que resolver algunas dudas, pero a todos nos llena el corazón que esta relación y cariño se conviertan en una especie de catalizador, para seguir luchando porque los niños con condiciones especiales tengan un lugar en el que se sientan cómodos, no señalados, al que pertenezcan.
Es verdad, las cosas para ella son diferentes, los logros en su desarrollo son más celebrados porque le cuestan más, pero Dani ha superado cada uno de los obstáculos que hasta ahora se han presentado porque es muy perseverante y porque tiene al lado un equipo de papás increíble, una familia que ha sabido amarla, ayudarla, cuidarla, apoyarla, enseñarla y llevarla de la mano en todo momento. Totalmente admirable. Y con todo eso, todos los días enfrenta grandes retos.
La foto de este post es de Dani para la maravillosa organización Cambiando Modelos que precisamente busca la inclusión de niños y jóvenes con discapacidad a través de la publicidad y los medios de comunicación. El cambio se empieza a ver. Poco a poco, pero se está dando. No es un esfuerzo sencillo, pero tampoco único. Por ejemplo, en Estados Unidos existe “Changing the face of beauty”, con la misma intención. Acercar a la gente para generar empatía y con ello lograr una sociedad inclusiva.
Dani enamora, pero no por su condición sino por su personalidad y ocurrencias. Sabe vivir y disfrutar de la vida. El mundo no debería tenerle miedo a eso.