-¿Quieres ver mi tesoro más preciado?
Y mi hijo de cinco años abrió un cofrecito del tesoro que tiene, removió la arena que puso adentro y aparece una foto mía, una foto de su mamá.
Yo no tenía ni idea de que ese tesoro existía, de que él lo había creado. Me derrite.
Porque a veces me siento perdida. Trabajo incansablemente porque tenga una vida increíble, y sepa que tiene el mundo a sus pies, pero a veces la realidad me rebasa y veo el país en el que vivo, las situaciones del día a día, los desafíos de la naturaleza y las cosas que me pasan a mí o a los míos y no puedo evitar sentir que mi esfuerzo no es suficiente.
A veces sin intención me equivoco con él y me cuestiono si en verdad voy a poder hasta el final con tremendo paquete. Porque ser mamá no es una cosas de días, o de años, es un compromiso de por vida.
Trabajo en un lugar donde nos enteramos de toda la miseria humana (también de las maravillas y los milagros), y veo con sorpresa y angustia la nueva droga tal, la moda mortal, las repetidas prácticas de abuso contra adolescentes y niños, los peligros de la red, el cerebro seco por el uso de la tableta, nuevas enfermedades y miles de cosas, las del día a día y las del mundo que ponen en riesgo mi plan de vida perfecto para él.
Trato de tener siempre presentes las recomendaciones expertas, que adoptas porque crees en ellas, como que todo lo que necesita es amor y presencia. Jugar conmigo, que lo abrace, lo contenga después de un round, leamos y comamos juntos, lo arrope para dormir, pero también que le ponga límites y consecuencias, esté al pendiente de todo lo que gira a su alrededor, le dé independencia pero no lo suelte en un mundo lleno de riesgos y, con todo y las medidas expertas, tengo un niño que a veces no hace caso, grita y es grosero o pegalón si se enoja mucho.
Además, los libros, conferencias, talleres, pláticas con iguales, terapias, y simplemente no es suficiente. Por eso de pronto me siento abrumada o enfrento alguna de esas ambivalencias de mamá. Como cuando lo extraño porque no estoy con él y me fui con mis amigas, pero también me extraño a mí cuando paso mucho tiempo sin un espacio personal, lidio con sus miedos, pero también con los míos, le doy según yo las herramientas básicas de la vida cuando ni siquiera sé si yo tengo las suficientes, procuro su bienestar y a veces me olvido del mío.
Y entonces en medio del remolino de emociones ya no estoy perdida, me encontré en el cofre del tesoro de un niño de cinco años.