Llega un momento en el que te das cuenta que lo más sencillo fue embarazarte y parir. Lo más duro empieza cuando el crío está creciendo y no hablo de perseguirlo cuando da sus primeros pasos, porque eso, aunque cansado, es controlable, hablo cuando ya no es un niño pequeño que se ajusta a todo lo que mamá y papá quieren.
En las últimas semanas he escuchado en varias ocasiones lo diferente que son los niños de las niñas, hasta mis familiares y amigas se han encargado de demostrarme con escenas en vivo como las chiquillas pueden ser más tranquilas y los niños unos verdaderos remolinos.
Creí que esos pensamientos de niña-niño eran estereotipos o una de esas leyendas urbanas de la maternidad arraigadísimas, hasta que claro, me di cuenta que mientras mis amigas con hijas de la misma edad están sentadas esperando que llegue su coche yo estoy persiguiendo a mi mini torbellino, porque simplemente no para.
Amo su vitalidad y sus ocurrencias, aunque a veces si me gustaría que le bajara dos rayitas a la intensidad. No todo el tiempo esta “hyper”, porque puede estar horas sentando jugando con sus legos o sus muñecos, pero si está en modo despierto y activo se encienden las alertas.
Ahora mis colegas mamás hasta me dicen “no te vas a arrepentir de haber tenido sólo un hijo”, o “tienes razón, si vale como tres” o “no lo conocía en esta etapa”. Sí, me da risa, aunque también es todo un reto. Lo bueno es que es bastante simpático, amoroso y de muy buen corazón (casi no se nota que soy su mamá) y cuando acaba con el cuadro con uno de sus impulsos, suelen perdonarlo rápido por aquello del encanto.
La cosa sube de tono si se junta con uno de la edad, la mayoría son muy parecidos en eso de la “enjundia”, entonces sí, las mamás sudamos la gota gorda. Como cuando está con el hermano mayor, ya hasta su padre dice: “no sé si los prefiero de cuates o peleados” son de verdad una mancuerna explosiva. Con todo y que hay casi cinco años de diferencia. A todos nos vuelven un poquito locos.
Por eso mi empatía para todas esas madres que como yo tienen un torbellino en casa, que además de dejar huellas a su paso, no para nunca, puede regalarles una travesura diario o a veces más de una, las hace correr en medio de un restaurante, pegar un grito controlador en una tienda y pedir frecuentemente disculpas porque el niño no midió sus impulsos y afectó a un tercero.
La verdad es que se agradece tener un hijo activo y cuando rebasa el límite también nos vamos ajustando y adaptando. La actividad física sirve mucho para apaciguarlos, que haya cosas que hacer todas las tardes para que estén entretenidos. No todo tiene que ser un ambiente controlado, pero por ejemplo si le das pinturas y material seguro hacen uso de su creatividad y se entretienen libremente, con algo que tú les proporcionaste y no con algún material que ellos encontraron en casa como por ejemplo tu maquillaje. No siempre podemos planear el tiempo libre, pero podemos procurar tener algunos recursos a la mano para ayudarnos a tener en paz su lado más hiperactivo y que pueden sacar en otros espacios, tampoco se trata de reprimir.
Esa es la clave quizá para lograr el equilibrio, que desfoguen su energía en espacios donde no importa si llega un torbellino.