La maternidad apasiona. Es como una ciencia oculta de la que hay muchas teorías, pero en la práctica todo cambia.
Queda corto encasillar el caos maternal en un solo concepto como mamá gallina, helicóptero, pulpo, hipermaternidad. Las mamás somos un poco de todo.
Y nos identificamos porque vivimos la desesperación de la primeriza, el pelo despeinado desde el día en que nació el primer retoño, el sueño constante, la fatiga casi crónica, las ojeras, las eternas dudas, el inevitable sentimiento de culpa, la impaciencia, querer desaparecer cuando escuchas por enésima vez el grito de “¡Mamá!”, los ojos torcidos cuando un vaso se derramó sobre la mesa, un grito repentino, el amor desbordado, la pasión por todo lo que hacen y dicen, la práctica diaria de tomarles fotos (práctica que disminuye con los años), los ojos llorosos en los festivales aunque nos canten esa que ni nos gusta de Denise de Kalafe, el orgullo cuando ganan un partido, la celebración de sus pequeños logros como si hubieran conquistado el Everest, los ataques de abrazos y besos que los desesperan, la sensación constante de ser la peor-mejor mamá.
A ser mamá no se renuncia. No importa el tipo de madre que hayas elegido ser. Una vez que te conviertes en mamá siempre lo serás. Para las que les apasiona el oficio saben que es traer un chip diferente, entrar en un modo de vida que nada tiene que ver con lo que conocías, una nueva forma de ver el mundo, casi siempre a través de los ojos de los niños.
Es el caos más emocionante, extremo, desesperante, cambiante, intenso, feliz, motivador, angustiante y amoroso. Porque en la maternidad caben todos los matices y todos los contrastes. Porque para muchas es lo mejor, aunque en el camino descubrimos lo complicado que es, y para algunas más complicado que para otras, sin duda.
Y ya entrados en el tema y con el día de las madres de fondo, perdón, pero no: papá no es mamá, y puede ser el mejor papá del universo, incluso, si hay madre ausente, cubrir todas las necesidades de crianza y amor. Pero papá es papá y por eso hay roles en la vida. Cada uno tiene su lugar y ninguno puede ocupar el sitio del otro, digamos que por ley de vida.
En cuanto a las mamás estoy convencida que somos mayoría las que merecemos una medalla por el trabajo arduo y fregón que estamos haciendo por los bajitos de casa. Apapáchense, mamás, se lo merecen.