“El embarazo implica un aumento de hormonas sin igual y adaptaciones biológicas radicales en el cuerpo de una mujer”, explica la Dra. Erika Barba-Müller, psicoterapeuta clínica especializada en salud mental perinatal “las hormonas esteroides sexuales” que ayudan al desarrollo de un feto también tienen un efecto en el cerebro de una mujer, cambiando la estructura y la función de las diferentes regiones. Lo cual nos hace más sensibles, por eso lloramos más.
En su trabajo, Barba-Müller descubrió que el embarazo está asociado con cambios duraderos en la estructura del cerebro, específicamente reducciones en los volúmenes de materia gris en la corteza prefrontal y posterior, que son áreas del cerebro asociadas con la cognición social. Varios investigadores creen que la pérdida de materia gris es lo que permite a una madre primeriza enfocarse en las necesidades de su bebé, aumentando el vínculo madre-bebé.
Se determinó que estos cambios cerebrales persisten por lo menos dos años después del parto, pero para muchas de nosotras, estos cambios nunca desaparecen… ¡siempre lloramos por todo!
Las mamás primerizas experimentan una transformación personal, dicen los investigadores. Los cambios en las prioridades, los valores y las inquietudes son parte de este cambio cuando una mujer se prepara para convertirse en madre.
“La culminación esperada de esta transición es una nueva identidad materna, una focalización de los vínculos afectivos en el bebé y la capacidad de reconocer, aceptar y amar una nueva realidad inevitable”, dice Barba-Müller. En resumen, sentimos un nuevo nivel de amor, aprendemos a sentir en nombre de nuestros bebés, somos capaces de sentir todo aparentemente.
El Dr. Lane Strathearn, director de la división de pediatría del desarrollo y del comportamiento y director médico del Centro para Discapacidades y Desarrollo en Iowa, dice que hay cambios dramáticos en términos de funciones endocrinas y neurológicas que ocurren como resultado del embarazo que tienen un impacto físico en las mujeres desde una perspectiva cerebral y hormonal. Pero cómo esos cambios se manifiestan en términos de personalidad puede depender de lo que hay al principio.
Los aumentos repentinos y los cambios en las diferentes hormonas (dopamina, oxitocina y otras hormonas del embarazo) ayudan al bebé a crecer y desarrollarse en el útero. Pero esos mismos sistemas hormonales también ayudan a facilitar los cambios en el cerebro de una madre, esencialmente preparándola mentalmente para la llegada de su bebé. En pocas palabras, pueden ayudar a las mujeres a ser receptivas a sus bebés.
Strathearn observó cómo los cerebros de las madres responden cuando ven sonreír a sus bebés o los escuchan llorar, y descubrió que las mujeres con un nivel de apego seguro como adultos mostraban una respuesta más fuerte a sus bebés. Este estudio sugirió que lo que hemos experimentado cuando éramos niños nos afecta más adelante en la vida. Por mucho que no queremos ser nuestros padres, a menudo recurrimos a esos métodos de crianza.
“Cuando una madre veía a su bebé sonriendo, tenía una respuesta muy positiva”, dice. Es esta respuesta de recompensa positiva en el cerebro que ayuda a las madres a conectarse con sus hijos.
Esto significa que algunas de nosotras lloramos más o somos más duras de lo que solíamos ser, son cambios importantes para ayudarnos en nuestro nuevo rol.